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martes, 30 de octubre de 2018

LOS DOS CISNES




Los 2 cisnes del lago se van a mudar. Han encontrado un lugar en el que les gustaría vivir y a sus 2 bebés criar.

Cuando llegan a su nuevo hogar lo limpian y todas sus cosas deciden colocar: 2 sonajeros, 2 biberones, 2 cunas y 2 dos colchones…

Pero pasan los días y los 2 cisnes se dan cuenta de que nadie les ha venido a saludar.

Qué raro, ¿será que no tenemos vecinos? Deciden preparar una fiesta y ponen 2 carteles en 2 grandes árboles para que todos lo puedan ver.

Para que nadie se pierda, les indican cómo llegar: “Pasados los 2 árboles, girad a la izquierda  y al pasar 2 piedras llegareis a la casa de los 2 cisnes que allí os esperan”

Como no saben cuántos vecinos vendrán, los 2 cisnes preparan un gran banquete con 2 grandes tartas y 2 bizcochos para los más peques.

Los 2 bebés están impacientes; sus papás les han bañado y peinado para que estén guapos y relucientes.

Pero nadie llama a la puerta y comienzan a estar impacientes. Así que los 2 cisnes y sus 2 bebés deciden salir a la calle para ver qué sucede.

Y cuál es su sorpresa cuando ven a los 2 conejos, los 2 osos, los 2 búhos y los 2 jilgueros. Todos esperando para conocer a sus nuevos vecinos, los 2 cisnes.

Todos lo pasan fenomenal y los 2 bebés ahora tienen nuevos amigos con los que jugar.

Y después de mucho meditar,  deciden que el nuevo hogar de los cisnes debe tener un nombre: “La calle del 2”, ¡así se va a llamar!

Así que si quieres escribirles una carta no olvides poner “calle del 2”, pegar 2 sellos y cerrar bien el sobre para que no se salga la carta.

FIN

lunes, 29 de octubre de 2018

EL NUMERO 6 VUELVE AL COLEGIO




En la familia de los números, como en el resto de familias, siempre había un miembro al que le costaba un poco más hacer las cosas. En este caso, era el número 6 el que después de muchos avisos de sus padres y hermanos, por fin comprendió que las vacaciones no eran para siempre.

Habían estado todos juntos los días de navidad, y ahora después de la fiesta de los Reyes Magos, había que volver a la rutina diaria, los mayores a los trabajos, los medianos a la universidad, y los pequeños al colegio.

El número 6 era muy inquieto, se pasaba el día rodando por el suelo, todo lo que su estirado brazo le permitía, y cuando llegaba al tope, volvía a empezar. Los demás números de su familia no tenían esa habilidad, únicamente su hermano el número 8 podía hacer algo parecido, pero si empezaba no podía parar, daba vueltas sobre sí mismo constantemente hasta que algún número mayor lo paraba.

Así que el número 6 se sentía privilegiado en ese sentido, y aunque él lo veía como una ventaja para su desarrollo, que también lo era, en ocasiones le impedía aprender al mismo ritmo que los demás, y cuando jugaba con sus hermanos se daba cuenta de las diferencias entre ellos, de hecho lo de volver al colegio después de las vacaciones de navidad, tardó mucho en entenderlo.

Mientras todos sus hermanos ya tenían ganas de volver a ver a sus amigos de clase, el número 6 decía que le bastaba su familia para aprender cosas interesantes, se sentaba en la alfombra a jugar con ellos, y al poco rato empezaba a rodar molestando a los demás y terminaba por quedarse solo en el salón.

Era un número muy gruñón, pero con mucho tesón para conseguir lo que se proponía. Aunque aprendiera más despacio que los otros números, él mismo se consideraba inteligente y dispuesto a aprender y a ser feliz, máxima que el número 6 consideraba propia.

Por fin un día, el número 6 comprendió el significado de la rutina, porque vio a sus hermanos haciendo deberes, y vio como su madre cuando éstos terminaron sus tareas, les premiaba con lo que más les gustaba, un cuento de letras.

Este hecho hizo que 6 se sintiera plenamente feliz haciendo lo que hacía y sin molestar a los demás, y todo pareció tornarse de un color anaranjado brillante y muy bonito. Comenzó a vivir su vida, ayudando a los demás y sintiendo la felicidad de la vuelta a la rutina, y comprobó como su ánimo mejoró considerablemente y ya no era tan gruñón.

El número 6 se sintió libre y feliz de ser un número inquieto, inteligente y que entendía que igual de feliz se podía estar de vacaciones que jugando a dar volteretas. Desde entonces, las relaciones con sus hermanos fueron muy buenas, y siempre estaba dispuesto a ayudarles en lo que necesitaran, igual que a sus padres, a los que veía como auténticos héroes de la educación.

FIN

domingo, 28 de octubre de 2018

La historia de la señora Galletuda.

Esta es la historia de la señora Galletuda, una mujer poco corriente. La señora Galletuda vivía sola en una casa apartada en medio del bosque. En su casa, Doña Galletuda se pasaba el día haciendo galletas.

Pero no eran una galletas normales. La señora Galletuda hacía galletas mágicas. Con ellas, los niños aprendían a leer, aprendían matemáticas y otras muchas cosas.

La señora Galletuda vendía sus galletas en los mercados de los pueblos cercanos. Los paquetes de galletas que más éxito tenían eran los de las galletoletras, aunque las galletomatemáticas también se vendían mucho. Las galletociencias también eran muy famosas y especialmente apreciadas por los niños curiosos.

La magia de las galletas de la señora Galletuda era todo un misterio. Pero eran infalibles. Eso sí, había que hacer un conjuro especial y seguir las instrucciones que venían en los galletopaquetes.

Un día, un mercader muy rico que siempre conseguía lo que quería, fue a visitar a la señora Galletuda en persona para hacerle un encargo.
- Señora Galletuda, quiero un millón de paquetes de cada tipo de galletas. En el lugar del que vengo serán muy apreciadas, y me haré muy rico vendiéndolas. 
- No puede ser - le dijo la señora Galletuda -. Ni en un año me daría tiempo a hacer tantas galletas.
- Pues entonces véndame la receta - insistió el mercader.
- No puedo venderle la receta - dijo ella.
- Pues véngase conmigo, le pagaré el doble de lo que gana ahora - volvió a insistir el mercader.

Pero Doña Galletuda volvió a decirle que no y el mercader se fue. 

Al día siguiente la señora Galletuda estaba cocinando sus galletas como cada día cuando su horno se estropeó de repente. No había forma de que se pusiera en marcha, y sin horno… no habría galletas. 

El mercader, que se enteró de todo esto, volvió a ofrecerle a la señora Galletuda que trabajara para él. La señora Galletuda pensó que podría irse durante un tiempo y volver cuando hubiese ganado lo suficiente como para comprar un horno nuevo mucho más grande, así que aceptó.

Al principio todo el mundo compraba las galletas. Pero poco a poco la gente dejó de hacerlo porque, además de que eran muy caras, no tenían ningún efecto en el país del mercader. 

-¿Qué está ocurriendo, señora Galletuda? Si el negocio sigue así de mal tendremos que cerrar.
- Lo que ocurre es que la gente no confía en la magia de las galletas, ni siquiera saben que deben seguir una serie de instrucciones. Pagan tanto por ellas que creen que todo lo que deben hacer es comérselas. Si me dejara salir a la calle para explicarles cómo funcionan en vez de estar aquí haciendo galletas todo el día...

El mercader se dio cuenta de que la señora Galletuda tenía razón, así que dejó que saliera a la calle a venderlas y empezó a cobrar por las galletas un precio más justo. 

Desde entonces, el negocio de galletas mágicas de la señora Galletuda ha prosperado mucho, y el mercader, aunque no es tan rico como hubiera querido, es mucho más feliz, y todo el mundo puede disfrutar de las mejores galletas de todos los tiempos.


sábado, 27 de octubre de 2018

EL TRIGO Y LOS PECES

Había una vez un país gobernado por un curioso rey llamado Rodrigo al que le gustaba mucho hablar con su pueblo. En ese mismo lugar vivía un joven pescador llamado Mateo aficionado a las conjeturas matemáticas. Un día Rodrigo paseando por el pueblo vio a Mateo arreglando su red y se acercó para ver como lo hacía. Mateo le preguntó:

- ¿Necesitas algo majestad?

- El rey se quedó en silencio un rato y después le dijo:

- ¿Quieres comer hoy conmigo? Me gustaría saber más de tu oficio.

- Mateo aceptó. Durante la comida Mateo contaba historias que le habían sucedido durante su vida de pescador. El rey se fue dando cuenta que Mateo era una persona inteligente y muy interesante y pronto el rey se sintió entusiasmado por la conversación del pescador ya que él en su juventud, había sido muy aficionado a la pesca y había conseguido muchos trofeos. Por ello le dijo:

-Podríamos hacer una competición para ver quien pesca más durante todo el día de mañana. Si gano yo, tú serás el pescador mayor del reino y, por tanto, deberás proporcionarme los mejores peces en las fiestas de mi palacio durante los próximos dos años. ¿Estás de acuerdo? A Mateo le pareció bien. Rodrigo le preguntó:

- Y, si ganas tú ¿cuál quieres que sea tu recompensa?

- Mateo lo pensó detenidamente y respondió: 

-Si gano yo, quiero que en el primer pez de los que yo haya capturado pongas un grano de trigo, en el segundo dos, en el tercero cuatro, en el quinto ocho, aumentando cada vez el doble de la cantidad anterior. El total de los granos de trigo así calculados, que conlleve mi pesca, será mi recompensa-. El rey se quedó un poco sorprendido por lo que había pedido Mateo, pero, sin pensarlo mucho, aceptó.

Al día siguiente, muy de madrugada, Mateo y Rodrigo se reunieron en la playa. Cogieron una barca cada uno y empezaron la competición. Al caer la noche terminaron y empezaron a contar los peces capturados por cada uno de ellos para saber quién había ganado. Empezaron por el rey:1, 2, 3, 4, 5... El rey había conseguido ¡81peces! Llegó el turno de Mateo y empezaron a contar:1, 2, 3, 4, 5... 81,82,83 y ¡84! Mateo había conseguido ¡84 peces! Había ganado. Enhorabuena le dijo el rey y mandó traer una bolsa de trigo para pagar enseguida su deuda. Empezó a colocar un grano de trigo en el primer pez, dos en el segundo, cuatro en el tercero y, así sucesivamente conforme había acordado con Mateo previamente. No había llegado aún a la mitad, cuando ya la cantidad de trigo del saco se había acabado y el rey empezó a intuir que la cantidad final podría ser enorme. Alrededor del pez 50 el rey dijo: -Mateo veo que no voy a poder pagar mi deuda ni con toda mi riqueza, pero, como soy hombre de palabra, te entrego todo lo que tengo, mi reino entero. Has sido un hombre astuto al elegir tu premio. Mateo le contestó:

-Majestad no necesito tu reino, me gusta mi vida sencilla de pescador. Te perdono tu deuda, puesto que, para mí, no hay mayor riqueza que el conocimiento de las matemáticas y saber emplearlas en todo.

- El rey muy aliviado le dio las gracias y le nombró consejero real, tratando con él, a partir de entonces, todos los temas delicados de la corte. Al día siguiente el rey se dio cuenta de que el día anterior había aprendido algo muy importante. No hay mayor riqueza que el saber MATEMÁTICAS.



viernes, 26 de octubre de 2018

Suma y resta.




En una bola de cristal muy muy pequeña vivían dos compañeros que no se llevaban muy bien. Uno se llamaba Suma y el otro Resta, para Suma todo a su alrededor era precioso, y lo que más le gustaba hacer era contar hacia delante: “0, 1, 2, 3, 4, …“. Cuando Suma se ponía a contar, Resta le decía: “¿Qué haces?“, y Suma le contestaba: “Voy sumando uno a cada número que voy obteniendo, y siempre empiezo por el cero“.

Resta no entendía nada y se pensaba que Suma estaba loco… A Resta todo lo que le rodeaba le parecía triste, y lo que más le gustaba era contar hacia atrás: “10, 9, 8, 7, 6…“. Cuando Resta se ponía a contar, suma le preguntaba: “¿Qué haces?“, y Resta le contestaba: “Voy restando uno a cada número que voy obteniendo, y siempre empiezo por el diez“. Suma no entendía nada, y se pensaba que Resta estaba loco…

Pero un día, un niño, en el colegio, cogió la bola de cristal donde vivían, miró a través de ella y vio como contaban Suma y Resta, y les dijo: Son cosas complementarias, sumar y contar hacia delante, es lo contrario que restar y contar hacia atrás, por eso a veces no se entienden, pero en realidad los dos son lo mismo, operaciones de matemáticas. A partir de que el niño dijo esto, Suma y Resta se entendieron mucho mejor, y nunca más pensaron que el otro estaba loco.

jueves, 25 de octubre de 2018

El mundo de los decimales.



En la mesa de estudio de Miguel, había una gran agitación. De sus deberes de matemáticas habían salido los números y se paseaban discutiéndose por encima de los papeles. La coma de la operación con decimales estaba confundida: 

-¿Dónde tengo que estar yo?-decía moviendo los brazos de un lado para otro. Si me pongo un número a la derecha, el 3 se enfada. Y si me muevo hacia la izquierda el que se enfada es el 8. A mí me da igual. Yo lo que quiero es hacer las cosas bien y que todos estemos contentos.

-¡Yo tengo más derecho que el 8!-decía el 3, que era muy orgulloso. 

-¡Mentira, yo soy mayor y tengo preferencia!-replicaba el 8. 

-Eres mayor, pero menos importante. 

-No sirvo para nada, mejor que me vaya-decía triste la coma en vista de todo lo que sucedía. 

-¡Nooooooo!-se oyó por toda la mesa. Todos los números estuvieron de acuerdo en eso y se pusieron alrededor de la coma para que no se fuera. 

-Está bien, chicos, quiero decir, números; me quedaré aquí, pero... ¿cómo resolveremos el problema? 
Nadie sabía qué hacer. El 3 y el 8 no se hablaban y ya se empezaban a formar conjuntos a favor del 3 y conjuntos que daban la razón al 8
El 1 vió que las cosas no podían seguir por ese camino y dijo: 
-Pongámonos en fila para hablar de esta envidia que nos tenemos los unos a los otros
.
Todos los números se pusieron en orden y empezaron a discutir. Al cabo de un rato de hablar sin decisión, aparecieron sobre la mesa las hermanas más famosas en el mundo de las matemáticas. 
Sí, eran la suma, la resta, la multiplicación y la división. También conocidas como las operaciones. Venían hablando y cuchicheando sobre sus últimos trabajos y al oir gritar al 1 se callaron de golpe. 
-¿Qué os pasa, chicos?-dijo la división. 

Todos guardaron silencio, ya que la división, a pesar de su aspecto amable e incluso atractivo, era la operación más temida por su fuerte carácter. 

Finalmente, el 4, que casi no había hablado, fue el que se atrevió a explicar la situación. 
-Pués que nadie tiene trabajo y se pelean por ser más importantes. 

Las operaciones se miraron con una expresión entre divertida y de cierto desdén, sin poder entender como habían llegado los números a ese punto. Hablaron en corrillo un minuto y acto seguido encontraron la solución. Por algo eran las más listas y admiradas. 

-Pués nosotras os daremos trabajo-dijo la suma, la más extrovertida y coqueta de las cuatro. 
Los números y la coma no lo podían creer. ¿De verdad las cuatro hermanas habían solucionado su gran problema? Todos se juntaron para oir mejor lo que les iban a proponer. Empezó a hablar la división: 

-Un grupo que venga conmigo que haremos una división. No tengais miedo. Es difícil, pero cuando se consigue es muy satisfactorio. 

-¡A mí me dais otro grupo y multiplicaremos!-dijo la multiplicación, la más divertida y risueña de todas. 

-Y a mi otro grupo que restaremos-dijo la resta un poco más bajito. Era un poco tímida y pesimista, pero era tan trabajadora como sus otras hermanas. 

-Pués para mí los que sobren, incluida la coma, que haremos una suma con coma. ¡Veréis que divertido! 

Y así es como todos los números del mundo tienen su trabajo. Y, además, todos son suficientemente importantes. ¿No os parece?.

miércoles, 24 de octubre de 2018

El duende y los 7 colores.

El duende Multicolor anda muy atareado, pues la época de lluvias ha llegado y el arcoíris, con sus 7 colores, debe estar en perfecto estado.

El sol y la lluvia son muy desorganizados y nunca le avisan de cuándo deben estar preparados.

El responsable de los cambios de tiempo tampoco echa una mano. Nunca avisa con tiempo al duende, quien está muy enfadado.

Los 7 colores han de verse perfectos. Así, cuando los rayos de sol se mezclen con las nubes, las gotas de lluvia dejarán el arcoíris al descubierto.El duende coge 7 barreños, para limpiar bien las 7 líneas donde se colocarán los 7 tonos que dan luz al cielo.

Son el rojo, el naranja, el amarillo, el verde, el azul, el añil y el violeta. El duende los saca de sus 7 maletas y los va desenrollando para que se despierten de su largo sueño.

Mientras el sol brilla, los 7 colores deben estar preparados. Sin descanso, los 7 días de la semana deben permanecer bien atentos y espabilados.ç

Pero el duende está desesperado, ¡qué difícil es que obedezcan los 7 colores! Unos juegan y otros cantan, ¡no hay quien les haga callar! ¡Se pasan el día saltando!

Y es que, después de tanto descanso, los 7 amigos están deseando salir y colorear los verdes prados.
Para celebrar que las lluvias han llegado, han preparado una fiesta. Quieren sorprender al duende que parece estar un poco enfurruñado.

Han cocinado un flan de 7 sabores, sándwiches de 7 ingredientes y frutas multicolores.
El duende regresa refunfuñando, después de haber esperado más de 7 minutos para hablar con el responsable del tiempo – ¡Qué desconsiderados! ¿Pero es que no saben el trabajo que cuesta tenerlo todo preparado?-

Y al abrir la puerta, todos gritan ¡SORPRESA! y encienden las luces. El duende sonríe y se le ve ilusionado. Con tanto trabajo, se le había olvidado la alegría del arcoíris, que a todos nos deja fascinados.
Gracias, pequeño duende, por cuidar de los 7 colores y dejarnos verlos de vez en cuando.

FIN


martes, 23 de octubre de 2018

CARTA DE AMOR A UN TRAPEZOIDE


Querido trapezoide: 



Le sorprenderá que por primera vez alguien le haga una declaración de amor y ésta no provenga de una figura plana. Su pertinaz vivencia en el plano le ha mantenido siempre al margen de lo que ocurre por arriba o por abajo, enfrente o detrás. Digámoslo claramente: yo lo conocí hace años pero usted aún no se había enterado, hasta hoy, de mi presencia. Debo pues empezar por el principio y darle noticia de cómo fue nuestro primer encuentro. 

Ocurrió una tarde de otoño lluviosa. Una de estas tardes de octubre en que llueve a cántaros, los cristales de los colegíos quedan humedecidos y los escolares sin recreo. Usted estaba quieto en una página avanzada de un libro grueso que era nuestra pesadilla continua. Me acuerdo aún perfectamente. Página 77, al final hacia la derecha, Fue al abrir esta página, siguiendo la orden directa de la señorita Francisca, nuestra maestra, cuando lo vi por primera vez. Allí estaba usted entre los de su familia, un cuadrado, un rectángulo, un paralelogramo, un trapecio, un rombo, un romboide,... y ¡el trapezoide!. Un perfil grueso delimitaba sus desiguales lados y sus extraños ángulos. La señorita Francisca se fue exaltando a medida que nos iba narrando las grandes virtudes de sus colegas cuadriláteros... que si igualdades laterales, que si paralelismos, que si ángulos, que si diagonales... y el rato fue pasando y la señorita seguía sin decir nada. Como las señoritas acostumbran a no explicar lo más interesante, a mí se me ocurrió preguntarle

- Señorita... ¿y el trapezoide? 
-  Éste -replicó la maestra- éste es el que no tiene nada 
- ¿Nada de nada? - le repliqué 
- Sí, nada de nada - me contestó

... y sonó el timbre. Quedé fascinado: usted era un pobre, muy pobre cuadrilátero. Estaba allí, tenía nombre, pero nada más. Por eso a la mañana siguiente volví a insistir en el tema a la señorita.

- Así debe ser muy fácil trabajar con los trapezoides -le dije - ya que como no tienen  nada de nada no se podrá calcular tampoco nada de nada.

- ¡Al contrario! Estos son, los más difíciles de calcular. Ya lo verá cuando sea mayor.
Durante  aquella época yo creí intuir que matemáticas y cosas sexuales debían tener algo en común pues siempre se nos pedía esperar a ser mayores para “verlo”. 

A usted ya no lo vi más, hasta que en Bachillerato don Ramiro nos obsequió con una fórmula muy larga para calcular su área. Esto me enfadó enormemente. Usted había pasado del "nada de nada” al "todo de todo". A partir de entonces empecé a pronunciar su "oide” final con especial desprecio “¡trapez­-OIDE!". 

Nuestro siguiente encuentro tuvo lugar en una calle. De pronto miro el pavimento y descubro con horror que le estoy pisando. Di un salto y me quedé mirando. ¡Que maravilla! Después de tantos años sobre mosaicos llenos de ángulos rectos allí estaba usted. El "nada de nada” era ahora una loseta. Dibujé aquel suelo y entonces marqué los puntos medios de sus lados y empecé  a trazar rectas y una maravilla de paralelogramos nacieron enmarcando su repetición.  La señorita Francisca tenía razón en lo difícil que es tratarlo pero no la tenía en le del "nada de nada”. 

Y ahora al final de la declaración sólo me queda pedirle una cosa. Por favor no diga nunca a nadie que yo hice esta declaración. Guarde esto en el centro del paralelogramo inscrito que le acompaña. Yo guardaré su recuerdo, dibujándolo en todas las reuniones. Los amores imposibles al menos tienen la virtud de ser duraderos. Suyo.

lunes, 22 de octubre de 2018

El ladron de los exámenes




A Rodrigo Rodríguez no le gustaba nada estudiar, y mucho menos hacer exámenes. Por eso había diseñado un perfecto sistema para copiar a sus compañeros. Pronto estos se dieron cuenta del abuso. Martín Martínez tramó un plan que explicó así a los demás.
-Escribid las respuestas mal, lo más ridículas posible, y dejad que Rodrigo Rodríguez las copie, sin que se note mucho. Luego, borrad las respuestas falsas y escribidlas bien. 
Y así lo hicieron. Cuando Rodrigo Rodríguez se dio cuenta del engaño decidió cambiar de estrategia, llevando un montón de apuntes escondidos discretamente que consultaba a la hora de responder las preguntas de los exámenes. Pero este plan daba muchísimo trabajo, casi tanto como estudiar. Rodrigo Rodríguez tenía que buscar una solución mejor. 

Una tarde, mientras pensaba en cómo esconder los apuntes para el examen de matemáticas que tenía en unos días, Rodrigo Rodríguez tuvo una idea: ¡robar el examen! Así solo tendría que esconder las respuestas a las preguntas, y no todo el temario del examen, junto con los problemas. 

-¡No tendré ni que esforzarme por hacer las cuentas! -exclamó Rodrigo.

Al día siguiente Rodrigo Rodríguez se coló en el despacho del profesor de matemático, Fernán Fernández, y robó una copia del examen.

Rodrigo Rodríguez dedicó esa tarde la dedicó entera a resolver los problemas, hacer las cuentas y responder a las preguntas que planteaba el examen.

Llegó el día del examen. Rodrigo Rodríguez estaba muy emocionado. Estaba seguro de que sacaría un diez. Y así fue. 

Rodrigo Rodríguez decidió seguir robando los exámenes del resto de asignaturas. Era increíble lo bien que le estaba yendo el nuevo sistema. Y nadie sospechaba nada.

Pero un día, cuando Rodrigo Rodríguez fue al despacho de Hernando Hernández, el profesor de inglés, a robar el examen, el muchacho vio que solo había una copia.

-Seguro que tiene las demás ya preparadas -pensó Rodrigo Rodríguez. Y se la llevó.
Llegó el día del examen. Rodrigo Rodríguez estaba tranquilo. Le había costado mucho, pero sus respuestas al examen eran perfectas. 

Cuando al día siguiente Hernando Hernández, el profesor de inglés, entregó las notas, Rodrigo Rodríguez se llevó el susto de su vida. ¡Le había puesto un cero! Al finalizar la clase, el profesor Hernando Hernández dijo.

-Rodrigo Rodríguez, ven conmigo al despacho del director. Vas a explicarnos qué ha pasado con tu examen. Unas respuesta perfectas para el examen que tenía preparado y que, curiosamente, desapareció de mi maletín el otro día. 

Fernando Fernández, el director, se interesó por la historia de Rodrigo Rodríguez.

-Si hubieras leído las preguntas las hubieras respondido perfectamente, Rodrigo Rodríguez -le dijo el director Fernando Fernández-. Ahora todos los profesores entienden por qué siempre faltaba alguna copia de sus exámenes cuando los repartían. Te has delatado tú solito, chaval. Ahora tendrás que repetir todos los exámenes.

Curiosamente, Rodrigo Rodríguez aprobó todos los exámenes con buena nota porque, sin darse cuenta, al tener que resolver él solo las respuestas de los exámenes, había aprendido mucho. Al final pasó de curso, aunque con un aprobado raso, mucho menos de lo que podría haber sacado estudiando honestamente. Una lección que le quedó más que aprendida.

domingo, 21 de octubre de 2018

El rey 🤴🏻 y las 9 aldeas.

En un lugar muy lejano, había un Rey al que todos consideraban muy sabio.

Gobernaba con gran justicia 9 aldeas. Las 9 eran vecinas y en perfecta armonía todas convivían.

El Rey se ocupaba de que todas las aldeas tuvieran agua, comida y una bonita escuela.
Las 9 aldeas estaban rodeadas por 9 riachuelos. Y el Rey construyo 9 molinos y 9 puentes para que todos pudieran cruzar de un lado a otro sin correr ningún riesgo.

Cada mes de septiembre celebraban una fiesta en honor al noveno mes del año. Las fiestas duraban 9 días y 9 noches y todos los habitantes ayudaban en los preparativos con gran entusiasmo.

Había 9 pruebas para que todos pudieran demostrar sus destrezas:

1ª Deportes: Para poder participar los meses anteriores, debían entrenar.

2ª Cocina: Donde hombres y mujeres se enfrentaban para ver qué receta era la mejor elaborada.

3ª Pintura: Aquí los niños disfrutaban de lo lindo, pintando con pinceles y temperas.

4ª Escritura: ¡Todos concentrados para demostrar su gran cultura!.

5ª Cuentacuentos: Un teatro para niños y mayores, donde se disfrutaba escuchando historias de sueños e ilusiones.

6ª Chistes: Aquí los más graciosos deleitaban con todo su repertorio.

7ª Magia: ¡Abra cadabra, pata de cabra, el mejor truco se llevará la medalla!.

8ª Matemáticas. Mucha concentración para no despistar al campeón.

9ª Danza: ¡El más marchoso su medalla se llevará!.

Y así, todos podían apuntarse a lo que más les apeteciera. Porque en el reino de las 9 aldeas, todas las habilidades son importantes para que todos sus habitantes se sientan especiales.

Fin.


sábado, 20 de octubre de 2018

La misteriosa desaparición de las tizas de colores

Saúl era un niño muy travieso que se pasaba el día haciendo trastadas en el colegio. A Saúl le encantaba esconder el borrador de la pizarra, cambiar de sitio el bote de los bolígrafos del profesor, tirar los abrigos de los otros niños al suelo o tirar bolitas de papel a sus compañeros para molestarles mientras el profesor no le veía. Si en la clase faltaba algo, alguna cosa no estaba en su sitio o alguien era molestado siempre estaba Saúl detrás de la fechoría. 

Saúl estaba muy enfadado con sus compañeros de clase porque siempre se chivaban. Pero había uno al que le tenía especial ojeriza. Se llamaba Damián. Y no es que Damián se chivara más que nadie, sino que parecía que era como el ojito derecho del profesor. Damián era muy listo, trabajador y servicial. Era el niño perfecto, al menos eso pensaba Saúl.
 
Un día el maestro llegó a clase muy orgulloso. Había conseguido unas maravillosas tizas de colores para explicar la lección de matemáticas. Eran unas tizas especiales, mucho más bonitas que las normales, de colores intensos y brillantes. ¡Incluso las había fosforescentes y con purpurina! 
Cuando el maestro sacó las tizas de colores y empezó a usarlas los niños se quedaron maravillados. Todos querían salir a la pizarra cuando el profesor pedía un voluntario. Incluso Saúl levantó la mano, cosa que no hacía nunca. 

Estaban en plena explicación cuando alguien llamó a la puerta. Acto seguida entró en el aula el director.
 
-Saúl, Damián, por favor, salid a la pizarra a completar los ejemplos mientras hablo con el director aquí fuera -dijo el profesor.

Los niños obedecieron y el maestro cerró la puerta tras de sí. Minutos después regresó. Damián había completado correctamente el ejemplo, pero Saúl se había dedicado a hacer dibujitos en la pizarra. El maestro felicitó a Damián y le dijo a Saúl que hablaría con él al final de las clases.

Cuando acabó la jornada todos menos Saúl y Damián se fueron a casa. Saúl tenía una conversación pendiente con el maestro. Damián se quedo porque le tocaba el turno para regar las flores del aula.
 
-Este hoy se va a enterar -murmuró Saúl.

En ese momento llegó Juan, uno de los empleados del servicio de limpieza. Juan dejó el carro junto a la pizarra, como hacía siempre. Como vio que el aula estaba ocupada cogió la mopa y se fue a limpiar el pasillo. Nada más salir Juan llegó el maestro. 

-Saúl, siéntate aquí conmigo. Tenemos que hablar. Dame un minuto mientras recojo todo. A ver, mi libro de notas, la agenda, mi pluma, la botella de agua… a ver, qué me falta… ¡Ah, sí, las tizas de colores! ¿Dónde las dejé? ¡Ah, sí, en el cajetín de la pizarra!

Pero en el cajetín de la pizarra no había nada más que tizas blancas y el borrador. El maestro revisó todo el aula, pero de las tizas no había ni rastros
 
-Saúl, ¿qué has hecho con las tizas? -preguntó el profesor.
-Yo no he sido, ha sido Damián -dijo Saúl
-. Lo he visto antes pintar con ellas. Mire, en la pizarra están sus dibujos y unas notas que ha escrito.

-Damián, ¿has hecho tú eso de la pizarra? -dijo el profesor.

-Sí, fui yo -respondió Damián-. Son las notas que hago siempre que me toca regar. Pero yo no he cogido las tizas.
 
-¡Mentiroso! -exclamó Saúl-. Seguro que las has cogido para que me acusen a mí y así irte tú de rositas con las tizas.

-De verdad, que yo no he cogido nada -eso fuera debido a su mal comportamiento dijo Damián.
-Disculpen, siento interrumpir-dijo Juan, que entraba en ese momento por la puerta
-. Vengo a por el carro de la limpieza. Veo que todavía tienen para rato.

Juan empujó el carro y, nada más moverlo, la caja de tizas de colores cayó al suelo. 
-¡Vaya, parece que estas tizas quieren ir a dar una vuelta! -dijo Juan-. Tome, profesor, se habrán quedado trabadas cuando coloqué antes el carro bajo la pizarra.

El profesor  recogió las tizas y, muy enfadado, se dirigió a Saúl.

-Una cosa es que te pases el día haciendo trastadas y otra muy distinta es que intentes acusar a otros de cosas que no han hecho. Esta vez te has pasado.

-Lo siento -dijo Saúl-. Tenía tantas ganas de ver castigado al empollón que...
-¿Se puede saber qué te ha hecho Damián? -le interrumpió el maestro.
-La verdad es que no me ha hecho nada -dijo Saúl.

Damián, que no se había movido del aula, dijo:
-A mí no me gusta estar con niños que se portan mal, pero si prometes portarte bien podemos ser amigos. Puedo enseñarte a pasarlo bien en el colegio sin estar todo el día haciendo gamberradas.
Saúl se quedó callado. No sabía qué decir. Se acababa de dar cuenta de que no tenía amigos y que tal vez eso fuera debido a su mal comportamiento. El maestro rompió el silencio:
-Te doy una última oportunidad, Saúl. Gracias por ayudarlo, Damián.



viernes, 19 de octubre de 2018

Cuento.

La Olimpida matemática.


Estaba a punto de celebrarse el certamen mundial de matemáticas escolares. Los niños más listos del mundo estaban reunidos para empezar la competición. 

El favorito era Ulises, un chico español de ocho años que había batido todos los récords mundiales de cálculo y resolución de problemas. Muy de cerca le seguía Anna, una niña inglesa de su misma edad.

El torneo se desarrolló sin sorpresas durante cuatro días, hasta que a la final llegaron los dos favoritos: Ulises y Anna. Las pruebas eran duras, y los dos estaban empatados antes de la última prueba: el cálculo definitivo.

Anna estaba muy cansada, al igual que Ulises. Ella sabía que tenía que dedicar todas sus fuerzas a resolver la última prueba de cálculo. Ulises, por su parte, estaba convencido de que ganaría, y dedicó sus últimos esfuerzos a hacer flaquear a su rival.

- No eres rival para mí, pequeña -dijo Ulises a Anna-. Se te ve en la cara lo cansada y lo nerviosa que estás.

Anna no contestó. Estaba concentrada en resolver la prueba.

- Me queda un solo número y habré terminado el ejercicio-dijo Ulises-. Vas a perder.

Anna quiso decir algo, pero tenía que terminar el ejercicio, aunque fuera después que Ulises. Ese mismo truco lo había usado durante toda la competición con sus rivales para despistarlos, y ella no iba a permitir que se saliera con la suya.

- ¡Terminado! -gritó Ulises-. Jajaja, soy el campeón.

Dos minutos después terminó Anna, justo en el momento en que sonaba el timbre que daba fin a la prueba.

- Está claro quién es el mejor, ¿eh? -dijo Ulises.

Los jueces comprobaron los ejercicios de los chicos. Al cabo de un rato un juez se acercó a los micrófonos para anunciar el ganador:

- El vencedor de este año es…. la señorita Anna, de Gran Bretaña. 
- ¿Cómo? ¿Qué? Pero….-dijo Ulises-. ¡Eso es imposible!
- Si te hubieras preocupado más de tu prueba en vez de molestar a tu rival no hubieras cometido errores, Ulises -le dijo el presidente del jurado.
- Podrías haber ganado sin humillar ni molestar a tu rival -dijo otro de los miembros del jurado.
- Pero yo merecía ganar. ¡Soy el mejor! -protestó Ulises.
- Tal vez seas el mejor o tal vez no. Lo que está claro es que no mereces ganar -dijo el presidente del jurado.


Anna se sintió muy satisfecha cuando supo que había ganado y a pesar de que Ulises había estado molestándole durante toda la prueba, se acercó a saludarle.
- Gracias Ulises, has sido un digno rival.
- Vaya, pensaba que estarías enfadada… creo que no tendría que haberte dicho esas cosas… lo siento -dijo Ulises avergonzado-
- No te preocupes, creo que has aprendido la lección.
- Así es - dijo sonriendo tímidamente Ulises- 

Y así fue como Ulises aprendió a saber ganar y también a saber perder.

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jueves, 18 de octubre de 2018

Cuento


Un laberinto hacia el mar.


Charles acababa de cumplir 12 años.

Vivía con su madre y su hermano pequeño en una preciosa aldea de casas blancas con tejados de paja, situada en el sur de Francia. Un lugar lleno de vegetación. Sus habitantes cultivaban lo imprescindible e intercambiaban los excedentes, pues el dinero no existía. Todo era perfecto.

Todo, excepto un “pequeño” detalle: era imposible salir de allí. La aldea se encontraba en el centro de un laberinto gigante e infranqueable formado por zarzas y espinos.

Además, se decía, se rumoreaba, que el laberinto crecía, que sus ramificaciones se reproducían, que sus caminos eran más largos y estrechos y que, por tanto, escapar de allí era cada día más difícil.

Muchos habían muerto buscando la salida. Unos habían sido atravesados por las espinas, otros asfixiados por las ramas de las plantas, que crecían atrapando todo lo que encontraban. Otros morían de sed, perdidos por las sinuosas sendas.
Charles acababa de cumplir 12 años y vivía con su madre y su hermano pequeño en una preciosa cárcel.

Un medallón de latón fue su regalo de aniversario. Un medallón que su madre había heredado de su padre, y éste a su vez, de su madre. Había pasado de generación en generación y ahora había llegado a manos de Charles. ¡Quién sabe cuántos años tendría! Era una reliquia de su familia, un imperfecto disco metálico demasiado pesado y grande para su pequeño cuello. Pendía de una tosca cadena, más pesada todavía.

Pero con doce años no quieres medallones, ni de oro ni de plata: quieres libertad, quieres salir y entrar, ser independiente, pasar inadvertido, conocer, investigar, probar. Un medallón con una pesada cadena es un símbolo más de tu encierro y detención.  Y esto fue lo que Charles pensó, intentando que su madre no notara su descontento.

Así que guardó su regalo debajo del colchón y retomó su lectura. Los libros eran el único referente para los habitantes de la aldea. Entre sus páginas se podían encontrar dibujos de montañas, de valles, de animales y de plantas. Eran libros preciosos, maravillosos, misteriosos.

Charles leyó todos los textos que encontró. Aprendió muchas cosas, descubrió imágenes de las olas del mar, de animales increíbles y de plantas con propiedades curativas.

Y su fantasía se desataba: soñaba con glaciares que se derriten creando enormes lagos, imaginaba lagos de los que nacen límpidos riachuelos y dibujaba ríos que desembocan en el mar. Su inconsciente siempre le conducía hacia el mismo sitio: la búsqueda de la libertad. Y para él el mar representaba la

Y entre sueño y sueño, Charles sacaba el medallón de sus antepasados, lo observaba y lo limpiaba, deseando que ese metal le transmitiera propiedades mágicas para poder salir de allí. Pero la magia no llegaba. Leía y releía las inscripciones que algún antepasado suyo había grabado en el anverso y reverso de la medalla, 

el niño avanza sin pensar hacia lo desconocido
el joven, a veces, retrocede para evolucionar
el adulto busca nuevos retos
el anciano se convierte de nuevo en niño

pero no conseguía comprender el significado de esas palabras.

Lo que sí comprendió es que su hermano estaba enfermo.

Con 12 años y siete meses, Charles tomó una determinación: se internaría entre las zarzas. Si había un mar, estaba fuera; si había más libros, estaban fuera; si había cura para su hermano pequeño, estaba fuera. Al amanecer, dejando una nota de despedida, salió con su hatillo y su medallón hacia el interior del horrible laberinto.

Había pensado mucho en cómo sería adentrarse en esa locura de pasillos y cruces. Tenía claro que debía seguir una estrategia, trazar un plan. Por supuesto, había que marcar los cruces visitados y la dirección tomada. Esto no parecía muy difícil, podían hacerse marcas. Por ejemplo, atando a las plantas trozos de tela de distintos colores, indicando si ese lugar ya había sido visitado y en qué dirección se había recorrido. Tela azul en el comienzo de un camino, tela roja al final.

Charles comenzó marcando las sendas de esta forma, con mucha paciencia y disciplina. Un error podía ser mortal. Pero aún así, la cosa estaba muy complicada. Llegó un momento en que empezó a ver lazos azules y rojos por todas partes, que indicaban que ya había estado allí. A veces tenía la impresión de estar dando vueltas. Y pasadas varias horas corroboró que estaba perdido del todo.
Las zarzas iban dejando huellas en sus piernas, brazos y cara, raspones por todo su cuerpo. Luego comenzaron los mareos, la sensación de agobio al saberse desorientado. Pasaba por los mismos sitios una y otra vez y no era capaz de regresar a su casa ni de salir de esa cárcel  Su cabeza daba vueltas, parecía que le faltaba el oxígeno.

Entonces se acordó del medallón. 

Palpó sus inscripciones, que tantas veces había leído:
el niño avanza sin pensar hacia lo desconocido
el joven, a veces, retrocede para evolucionar
el adulto busca nuevos retos
el anciano se convierte de nuevo en niño

y con su mente nublada por el mareo y la confusión, en un estado casi de trance, lo comprendió:  esas inscripciones eran un algoritmo para salir de allí.

El niño, el joven, el adulto y el anciano representaban a los pasillos. Un pasillo que se recorre por primera vez es un niño. Si lleva a un lugar en el que se ha estado con anterioridad, se convierte en joven. Un camino que se ha recorrido en los dos sentidos, es un adulto; y un camino que lleva a un lugar que ha sido totalmente explorado es un anciano. Pensando en todo esto, consiguió descifrar el mensaje oculto entre las palabras de la medalla.

Charles bebió un poco de agua, recobró fuerzas y, sobre todo, recuperó la esperanza.  Por supuesto, seguía marcando con cinta roja o azul los comienzos y finales de los pasillos. Pero ahora sabía que tenía que elegir muy bien el camino a tomar en función de la combinación de colores de los lazos encontrados en los cruces.

Consiguió salir del bucle en el que había estado tanto tiempo. Tuvo que pasar por callejones cada vez más estrechos y punzantes, llenos de bifurcaciones. En ocasiones debía retroceder sobre sus pasos. Cuando tenía dudas, tocaba el medallón para volver a interpretar sus mensajes. Éste se había convertido para él en un amuleto que representaba su salvación, una fuente de inspiración y de energía. A veces era muy complicado elegir el camino adecuado.

Exhausto y herido, con la cara ensangrentada y los labios resecos, tres días 
más tarde vio, por fin, la salida de ese horrible, tenebroso y siniestro laberinto.
A pesar de sus escasas fuerzas, caminó deprisa los últimos metros de oscura senda hasta llegar a la anhelada  puerta.

Lo que vio entonces le pareció un milagro. Ahora tenía ante sí una verde pradera rodeada de nevadas montañas y un cielo azul. No muy lejos, había un pequeño riachuelo que, tarde o temprano, desembocaría en el mar.

Gracias a su audacia e intuición, había conseguido ser libre.   



miércoles, 17 de octubre de 2018

Cuento de Geometría


El cuadrilátero y sus amigos.


Cuenta una leyenda que hace muchos años el cuadrilátero vagaba sin saber a donde... porque estaba pensando en cual era su perímetro y no sabía como hallarlo. Hasta que un día llegó a la ciudad cuadrícola y vio que allí podrían medir su perímetro. Fue preguntando cuadritienda por cuadritienda pero no encontró nada. Mientras seguía andando vio en un callejón una luz parpadeante y en su cartel ponía <MEDIMOS SU PERIMETRO Y SU AREA GRATIS> entonces se acercó y entró.

Era la primera vez que entraba en una cuadritienda de esa ciudad, dada las circunstancias de que era nuevo allí, entonces vio una banqueta y se sentó. De la misma forma salió el dependiente y vio un cuadrilátero que necesitaba ayuda. Enseguida llamó a sus amigos matemáticos para prepararse y medirle el perímetro. Los amigos matemáticos del dependiente eran muy amables midiendo su perímetro y también su área.

Los pasos de los amigos matemáticos fueron:
1º la regla midió sus lados.
2º los números se colocaron para ser multiplicados. 
3º el signo de multiplicar los halló.
4º el igual les dio el resultado final.

El cuadrilátero ansioso por saber sus resultados se sentó de nuevo en la banqueta y tiritando llegaron los resultados. Al ver los resultados saltó de alegría por que eran impresionantes y se fue de la cuadritienda muy feliz. Fue pasando otra vez cuadritienda por cuadritienda y fue comprando con su amigo el TANTO POR CIENTO, que siempre le daba la opinión de las cuentas.

Más tarde el cuadrilátero se fue de la ciudad cuadrícola y sus amigos matemáticos le fueron con él a un planeta llamado ecuacional donde hacían ecuaciones sin parar. El cuadrilátero quería saber hacer las ecuaciones famosas de ese lugar y sus amigos también, así que entraron a un colegio y les enseñaron a hacer las ecuaciones famosas de ese lugar.

Después de unos 2 años de estar en el colegio el cuadrilátero y sus amigos ya sabían hacerlas como matemáticos profesionales. Los amigos del cuadrilátero se encontraron al signo de ecuaciones llorando en la puerta del cole y le dijeron que se fuera con ellos y él sin pensárselo fue.

En la siguiente parada del cuadrilátero y sus amigos matemáticos, era volver a la ciudad cuadrícola para seguir allí su vida. Cuando llegaron de nuevo a la ciudad cuadrícola vieron que estaba destrozado y las cuadritiendas demolidas como si hubiera pasado por la ciudad un terremoto o una bomba y se quedaron asombrados.

A los minutos de reaccionar, pensaron y pensaron hasta que a los números se les ocurrió un plan. El plan era de lo más estupendo así que llamaron a Egipto rápidamente, y le dijeron a todas las pirámides que vinieran a la ciudad cuadrícola y reconstruyeran nuestro pueblo querido.

Todos ayudaron a reconstruir el pueblo, los números colocaron las medidas con las ecuaciónes y el signo de multiplicar, el cuadrilátero llevaba las cosas más pesadas, la regla media para hacer decorativos y el tanto por ciento se cogió una tumbona y un coco y a mirar. Esto en construirse tardó como unos meses o incluso años pero eso no les importaba porque era su ciudad y la querían tanto como a su vida.

Cuando terminaron la obra vieron que les había quedado fantástico y lo único que querían averiguar es qué había pasado en su ciudad. Todos se volvieron detectives y con lupa y con un abrigo largo marrón se pusieron a calcular.

Después de días sin descanso y con el agotamiento encima no encontraron nada así que se rindieron casi todos menos el cuadrilátero y el signo de multiplicar. Al cabo de un rato o de horas apareció a lo lejos una forma triangular y ellos tenían tanto miedo que se escondieron.

Cuando llegó a su límite y vio que estaba todo muy bien reformado y que encima en aquel lugar no había nadie decidió volverlo hacer y enseguida salió el cuadrilátero y se negó y le dijo: <TU ERES EL CAUSANTE DEL DESTROZO DE MI CIUDAD>
Y él gratamente respondió: <PUES CLARO QUIEN IBA A SER ENTONCES>
El cuadrilátero muy enfadado le retó a un duelo y quien ganara se quedaba la ciudad y hacía lo que quisiera con ella y quien perdiera se iría de rositas de la ciudad. El triángulo le retó y entonces soltó un risa maligna.

El reto tenía diferentes pruebas y son las siguientes:
1º había que hacer sumas y restas.
2º había que hacer una operación de multiplicar en 30seg. 
3º había que hacer una gymkhana de raíces cuadradas. 
4º había que hacer un concurso de preguntas matemáticas.

El reto lo iba ganando el triángulo pero el cuadrilátero aun así no se rendiría porque era su ciudad y no quería perder a sus amigos. Al final el cuadrilátero ganó por dos puntos por encima del triángulo y él muy emocionado se fue a abrazar a sus amigos, ellos le dieron la enhorabuena por ganar el reto, entonces el cuadrilátero les dijo: <YO SABIA QUE IBA A GANAR POR QUE HABÍA ESTUDIADO LAS PREGUNTAS SIN QUE ÉL LO SUPIERA>

Finalmente antes de que el triángulo se fuera dijo: <YO SE QUE HE HECHO MAL EN DESTRUIR VUESTRA CIUDAD Y ME ARREPIENTO DE HABERLO ECHO>
Todos los amigos del cuadrilátero le dieron las gracias por haberse disculpado por lo que había echo mal. Cuando ya el triángulo había desaparecido de la ciudad todos los ciudadanos de ese sitio volvieron y le agradecieron al cuadrilátero y a sus amigos matemáticos lo que habían hecho por su ciudad del alma.

Con todo y con esto colorín colorado este cuadricuento se ha acabado, el cuadrilátero y sus amigos están fascinados.

LOS DOS CISNES

Los 2 cisnes del lago se van a mudar. Han encontrado un lugar en el que les gustaría vivir y a sus 2 bebés criar. Cuando llegan...